jueves, 17 de febrero de 2011

THE CZARS: “THE UGLY PEOPLE VS. THE BEAUTIFUL PEOPLE”

THE CZARS: “THE UGLY PEOPLE VS. THE BEAUTIFUL PEOPLE”
Segunda entrega de esta sección donde Javier Mateos recupera joyas musicales que pasaron desapercibidas en su día. Hoy le toca el turno a “The Ugly People vs. The Beautiful People” de The Czars.
Seguramente cuando en el año 1994 John Grant y Chris Pearson formaron The Czars en su ciudad natal, Denver, Colorado, no eran conscientes de que años después conseguirían sin saberlo, tocar la cima del pop más ensoñador que hayamos escuchado en la música popular de este principio de siglo 21. Tras unos comienzos titubeantes y cambios en su formación, “los mejores zares” fueron una banda compuesta por cinco miembros: John Grant voz y piano, Jeff Linsenmaier batería, Andy Monley y Roger Green guitarras, y Chris Pearson al bajo -en 2003 se unió la violinista Elin Palmer-, hasta su disolución en 2004.
Fue a finales de los años 90 y principios de la década pasada, cuando su producción musical tocó la gloria. Un avispado Simon Raymonde, bajista de Cocteau Twins, les fichó para su sello Bella Union, y uno entiende perfectamente al escuchar su música los motivos que le llevaron a tomar esta decisión, aunque desafortunadamente no les brindó el final que se merecían. Su espectral universo sonoro de temática emocional dislocada, sujeto por la dulzura pero enferma melancolía de la voz y letras de John Grant, le llevaron a quedarse atrapado por la nebulosa de sus creaciones, esas que van más allá de ser simples canciones o espacios sonoros de disfrute puntual. Después del magnífico trabajo “Before…But Longer”, Bella Union 2000, producido por el capo del sello, llegó su obra maestra particular: “The Ugly People Vs. the Beautiful People”,Bella Union 2001. Cubrirla de adjetivos se convierte en una tarea complicada de llevar a cabo ante la magia que desprende una obra de tamaña magnitud.
“Bello contra feo”, nada dentro de sus doce temas, más el inédito escondido al principio del álbum (¡toma ya!), tiene signo alguno de fealdad. Todo es inmensamente bello. Si seguimos el orden natural del disco, el primer golpe de efecto que nos encontramos es una canción que simplemente se titula “Drug”. Descomunal reflexión sobre la adicción incomprensible que las parejas sufren en algún momento de su relación. El amor como droga y en particular muchas de sus variantes: éxtasis, cocaína… Cuesta entender cómo se puede comenzar un disco con un desnudo íntegro de tal dimensión. Abrumador. Después del shock una inyección de americana espacial, con John doblando sus coros y ruidos estridentes y sintetizados que empujan a un estribillo cadencioso, “Side Effect”. La banda he echado a andar. “Killjoy” es el tercer corte, el mayor triunfo de su carrera. De nuevo la música nos brinda uno de esos temas que nunca envejecen, clásico por los cuatro costados: melódica, una trompeta gloriosa -aderezada con unas castañuelas tex-mex-, el timbre de John Grant, la guitarra española y finalmente los coros espectrales de esa gran dama llamada Paula Frazer, fundidos por esa espiral de programaciones. The Czars suena como un todo, tan sólo con cerrar los ojos se puede alcanzar el estado de felicidad que transmite su melodía. Terminan convirtiéndose en unos Beach Boys de la pradera.
Después de la galopada volvemos a la zona de gravedad cero. “Caterpillar” es una balada que nos permite flotar en nuestro universo particular, como casi siempre, lanzada desde el piano de John Grant, pero con un desarrollo excepcional. Un waltz de estrellas que nos arrastran hasta un solo de trompeta sutil, embriagador y muy nocturno. Para no dejar de soñar, en el siguiente tema, nos acunan con una nana llamada “Lullaby 6000”. Los brazos más reconfortantes nos dan calor entre las cuerdas de esas guitarras que entrecruzan sus melodías y que reposan sobre un pedal steel de terciopelo. Silencio interior. “This” cambia el tono y distorsiona la voz de los zares, pero su mensaje es más atormentado. La incomprensión en la pareja. John Grant vuelve a desnudar sus sentimientos más profundos y su conflicto interior. Una banda tan melancólica no podía permitirse el lujo de dejar de cantar a la estación más bucólica, “Autumn”. Asentados sobre la oscuridad y el interiorismo más suave surge la hermosa “Black and Blue”, donde sobresale la slide guitar de Andy Monley y los juegos vocales, sublimes e inimitables, de su cantante. Sin respiración.
Como la vida misma, después de la belleza surge desde algún punto inexplicable la ira, “Anger”, que enlazará con la más salvaje de álbum. “Roger´s song” fuego en las guitarras y con un John extrañamente alterado. Parece romperse la caricia por la que ha fluido el disco. Llegados a este punto quieren demostrar el lado más feo y salvaje. Un combate donde el lado más oscuro y agresivo saca sus garras para intentar destruir el dulce y sensible. De repente, como si nada hubiese ocurrido, el viaje por el cielo estrellado se reanuda. Hermosísima parada astral, “What used to be a human”. Siguiente destino: la luz de lo desconocido. “Catherine” lleva nombre de mujer, entre subidas y bajadas llega la llama final que nos lanza autopropulsados a otros universos jamás surcados y llenos de incógnitas. El resultado final: “Victoria inapelable de la belleza desde el imperio emocional de los autócratas”. No pierdas el tiempo con tu lado menos “agraciado” y hazte con este disco.

Javier Mateos.






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