jueves, 2 de junio de 2011

The National, Primavera Sound 2011.

La visita de nuestra banda favorita se merecía una crónica con pelos y señales. Así ha sido. Te detallamos todo lo que sucedió aquella maravillosa noche en el Fòrum. KISTE F.M.


THE NATIONAL, PRIMAVERA SOUND 2011. ESCENARI LLEVANT.

Cuando uno lleva deseando una cosa tanto tiempo, suele darse la circunstancia de que nunca sale como esperabas. El pasado viernes 27 de mayo, uno de los días grandes del Primavera Sound 2011 (de momento dejaremos al margen lo sucedido en él, dentro y fuera de lo musical), de entre los innumerables momentos de música en directo que se ofertaba en el programa, destacaba la llegada de The National, un año después de la edición de su fascinante “High Violet”, el mejor disco que dio el rock en el 2010. La última vez que visitaron España fue en el 2007, con la gira de presentación de su anterior álbum, el no menos genial “Boxer”. En aquella ocasión, en la Sala Apolo de Barcelona, se registró una media entrada en su sala grande. En estos cuatro años su música y su éxito han crecido de manera constante, no es para menos. Estos cinco apóstoles de la tristeza se han convertido en el mejor grupo de su generación.

En el lejano escenario “Llevant”, el segundo en capacidad del Fórum, se respiraba ese aire inquieto de las grandes ocasiones. Los fans más apasionados estaban ya desde dos horas antes, apostados entre primera filas. Sentados, conversando, permanecían ajenos al calentamiento previo de ese batería marcial y disciplinado que esconde la figura del tímido Bryan Devendorf, que junto con su hermano Scott Devendorf, forma la robusta base rítmica de la banda. Iba deshojando la margarita, marcando los ritmos de su cancionero, probando sonido meticulosamente y ejercitando su técnica compleja, sutil pero contundente. A las 21:15, todo nuestro alrededor estaba repleto, la expectación era muy alta. Puntuales, amables y oscuros, aparecieron sobre el escenario los otros dos hermanos, estos gemelos: Aaron y Bryce Dessner. Tras ellos su líder Matt Berninger, sosteniendo una copa de vino, como suele ser habitual en sus conciertos. Tras una monumental ovación y saludos de intercambio de la banda, una melodía de guitarras que se mezclaba con la brisa, en un clima mágico para hacerlo con el Mediterráneo al fondo, fluyó desde lo alto. Comenzaba el recital con “Star a War”. Una declaración de intenciones, una guerra contra la desolación. Contenida, con el pulso atenazado y finalmente creciendo hasta estallar, un sonido magnífico - para la gente que estaba bien situada-, poca potencia (fallo del festival), para los más alejados. La respuesta del público fue atronadora. Acto seguido una de las mayores joyas de “High Violet”, la excelente “Anyone´s Ghost”.  Con esa sobriedad y ese encanto que confluyen por partes iguales, nos dejó con el alma encogida – los vientos del final acentuaron ese hermoso drama-. La voz de Matt estaba caliente, perfecta y concentrada, salvaje cuando se requería, como al final de su interpretación. “Mistaken for Strangers” que en directo gana en fuerza y rabia, de su disco “Boxer”, le dio un punto de solemnidad que estalla en las venas. Sensacional. Para ese entonces, ya tenían la mecha lista, sólo faltaba prenderla. ¡Vaya que si prendió! Cuando la batería comenzó a soltar esa batida de emociones que deriva en la profunda voz de Matt Berninger, todos enloquecimos. Ahí estaba uno de los grandes himnos de este siglo: “Bloodbuzz Ohio”. Un tema cargado de melancolía y morriña rencorosa hacia su tierra, Ohio. La sección de vientos final, encoje el corazón a cualquiera. La preciosa “Slow Show”, de su anterior disco, con ese estribillo tan ‘diferente’: “I wanna hurry home to you. Put on a slow, dumb show for you and crack you up. So you can put a blue ribbon on my brain.God, I'm very, very frightening, I'll overdo it”, peinó nuestros ingenuos cerebros . Irresistible.

Había la duda de si el nuevo ángel caído del pop mundial, el genio de Sufjan Stevens, se acercaría a hacer coros con sus amigos, aprovechando su presencia en el Primavera Sound. Pues sí, para rematar la faena subió. Sin presentaciones, de manera discreta, en la penumbra y con pequeño sombrero vaquero, se situó en la parte izquierda del escenario. Allí estaba para ayudar en los coros en “Afraid of Everyone”, otra de las gemas del su último disco. Espectral y atemporal, con un Matt cada vez más inquieto, más en trance, seguramente más ‘embriagado’ en su fuerza. De nuevo un nuevo subidón de energía, con un final golpeándose las piernas, sin cesar, dejándose la garganta, el corazón y la vida en ello. Increíble la fuerza que transmite este chico, es un ‘frontman’ salvaje, que eclipsa con sus interpretaciones, que se mueve a caballo entre la timidez y la extroversión transitoria. Más vino, esputos y emoción sin tregua. De ese combo de sensaciones descarnadas surgió su último single, “Conversation 16” y ese momento tan ensoñador que se produce cuando pronuncia de esa manera la frase : “It´s a Hollywood Summer”. Las primeras filas echaban humo, el caos de la pasión se había desatado. Como una voz sobrenatural y malévola que aparece en nuestra consciencia, repetía en un final apoteósico: “I was afraid, I'd eat your brains. 'Cause I'm evil. 'Cause I'm evil!!”. Efectivamente el mal acababa de manifestarse, estaba aquí. “La historia de dos hermanos”, dijo su líder, y acto seguido arrancaron como ese torbellino llamado “Abel”, del inolvidable “Alligator”. Estampados unos con otros, luchábamos por sobrevivir al tornado sonoro. Los más débiles no tenían sitio, no era cuestión de fuerza. Desgarrando su garganta, Matt Berninger, se transforma en una bestia escénica capaz de devorarse a quien se le ponga por delante. Ya con sus fans entregados, cayó “All the Wine” ( también el que llevaba bebido), cristalina y épica, para abrazar “Sorrow”, ese homenaje encubierto a “Atmosphere, el clásico de Joy Division. De belleza perturbadora, donde su cantante muestra su tormento bañado en metáforas sublimes que acarician las entrañas de sus receptores. Sentimiento a flor de piel, verdadero, no cabe duda alguna.

Con el corazón encogido, en la noche primaveral, es difícil contener la emoción entre tantas sensaciones volcadas de golpe. La luz también tiene cabida en su excelente cancionero. Así, con ese ritmo contagioso marcado por la batería de Bryan Devendorf, pieza clave para entender el sonido de The National, sin electricidad  pero contenida (calculadamente) en su comienzo, evoluciona en su crecimiento endiablado. Gestos de garra y emoción, adelante y atrás, firme de un lado a otro del escenario, gritando a su mundo, y al resto, nosotros. Un auténtico show de rock and roll. La emblemática ya, “England”, gana en directo unos matices que la hacen balsámica y la elevan para ser coreada por las masas. Así, como una inmensa tela de seda fluía sobre nuestras cabezas, para después descubrirla e incendiarla como marca su ecuación intensa. Todos nos preguntábamos: “¿es cierto lo que estamos viendo y escuchando?”. Sí, si que lo era. Estallido tras estallido, parecía que querían comprobar hasta donde llegaban nuestras fuerzas.
Entrados en la recta final, llegaba la hora de un clásico en toda regla: “Fake Empire”. Una canción que expresa demasiado por sí sola. En ese instante nos hacía vulnerables. Un himno a estos tiempos de decadencia y de imperios que se desvanecen. Vientos hasta el infinito, catarsis y pérdida de papeles. Como unos ladrones de almas, nos había robado a todos y cada uno de nosotros la nuestra, sin enterarnos.
Con la banda hirviendo y un Matt fuera de control, llegamos a “Mr November”, o como presenciar atónitos, el milagro de un ser humano que no se rompe las cuerdas vocales después de semejantes berreos. Patadas, golpes a los monitores  -este hombre es algo fuera de lo normal-, una bestia escénica que se enciende sin que sepamos cuando va a cesar. Actitud muy ‘punki’. La parte cercana al escenario era un terremoto incontrolable. No hacía falta pellizcarse para creer lo que estábamos viendo, los empujones y aplastamientos daban muestra física de ello.

Ahora sí, el final estaba próximo, pero antes con ese comienzo “noise” de guitarras ‘borrosas’: “Terrible Love”, con Sufjan Stevens de nuevo entre ellos (pandereta al aire), puso la guinda al pastel. Para agradecerlo su cantante bajó y se fundió con las masas, que le acariciaban, agarraban, sonreían y veneraban; mientras, él seguía cantado. Nosotros sus fans, con la cara iluminada, entregados, flotábamos en su mágica nebulosa y mezclada en un aquelarre en forma de tristeza y lamento. Una fuerza, como pocas veces he visto en directo. Volvió al escenario y acabó reventando el pie del micro contra el suelo. Brutal.


 La calma fue su adiós, con “About Today” de su ep “Cherry Tree”, envuelta en una proyecciones cargadas de oscura melancolía, como si de un ritual de muerte y ascenso se tratase, los cinco de Ohio, se fundieron entre las sombras de aquel rincón con espacios abiertos. El alma de la banda, comandado por los gemelos y resguardado por sus otros dos compañeros, acabó golpeando su micro contra su muslo, tirando el pie de del mismo, de nuevo, por los suelos. Fue entonces cuando se acercó al borde del escenario, sosteniendo su copa de vino, descendió y entregó su cetro, a un fan que en realidad, éramos todos los que allí acudimos sin imaginar lo que acabaríamos viendo. Tiró su copa e intento despedirse de todos, pero su micro estaba ya destrozado. Su imagen, desolada, no la olvidaré en mucho tiempo. Honestidad y pena, en un solo gesto.


Cuando desaparecieron del escenario, me di cuenta que las intenciones de The National eran claras: comenzar una guerra. En esta ocasión, el final de la batalla fue bien diferente, sin víctimas mortales, a cambio, éstas terminaron ahogadas en lágrimas (de felicidad) después de tan fastuoso y descarnado espectáculo. Como aquellas que brotaban de un rostro angelical, mientras el humo de sus melodías buceaban en el fondo del mar abierto.

 Fotos y crónica, Javier Mateos.

Corvy Jones (afortunado con el pie), Gon y Dj Eczema, sonrisa de oreja a oreja. Pic by Legolas.





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