viernes, 18 de marzo de 2011

The Flaming Lips Live, 2010


La nueva reinvención de la banda de Oklahoma llegó con el final de su trilogía más expresionista, aquella que comenzó con esa obra majestuosa que es The Soft Bulletin. Embryonic, título de su último trabajo y escusa obligada para mostrar a sus fans su nueva propuesta, los ha traído a Europa en una gira, que de momento no ha recalado en nuestro país. En cambio en Portugal, dentro del esquizofrénico festival luso Sudoeste, fueron un cabeza de cartel oculto tras la sobrevalorada artista que se esconde bajo las siglas de M.I.A. y unos decadentes y trasnochados Groove Armada. Embryonic no es un álbum fácil de digerir para aquellos que buscan en la banda de Wayne Coyne la accesibilidad de ese pop brillante y de juguete que contenía Yoshimi Battles the Pink Robots.
The Flaming Lips han conseguido crear un espectáculo de “dos rombos” para todos los públicos, regado por un LSD colectivo que no contiene efectos secundarios maliciosos para la salud mental. Sus conciertos, desde hace años, comienzan dentro de una burbuja y terminan con una explosión multicolor. Sin salirse de ese guión, salvo algunos cambios puntuales: una escenografía donde se impone un acertado naranja butano, un oso gigante muy simpático, una guitarra pecera y bailarines adolescentes que dejan de lado a los “papas noeles”, logran crear una fulminante propuesta de la cual es imposible mantenerse al margen, de ahí su marcado carácter interactivo. El show comienza con el fondo instrumental de The Fear, para dar paso a una sucesión de visuales muy explícitos y que apuntan directamente a la cavidad femenina que conduce al embrión. En esta ocasión no hay nave espacial, todo es más terrenal, más natural y carnal. De ella surgen todos los protagonistas y finalmente esa gran y mítica burbuja con su líder dentro.

Después de ese clásico surf de masas, que Wayne Coyne protagoniza entre ese mar de brazos sobre la multitud, el concierto arranca con Worn Mountain. Bajo una lluvia de confeti y de globos gigantes comienza la demostración del gran estado de forma de la banda y de su cantante. Salvaje comienzo lleno de fuerza y rock gruñón. La chillona y desquiciante persecución espacial que es Silver Trembling Hands, supo a gloria. Un single perfecto pero imposible en un mundo de pop cobarde como es el actual. Pocos clásicos de su carrera sonaron aquella noche, pero no faltó la siempre efectiva She Don’t Use Jelly, como tampoco una versión más acústica de esa joya pop que es Yoshimi Battles the Pink Robots, Pt. 1 . En este intervalo acústico mención especial para ese momento de imitación con las masas en I can be a frog, con un divertido Kliph Scurlock, batería de la banda, intentando emular los ruidos de todo tipo de animales que aparecen en la grabación original. The Sparrow Looks Up at the Machine y su estridencia sonora cargada de hipnotismo, volvió a subir el tono del concierto, para derivar después en ese caos interior y psicotrópico que es See the Leaves. Hasta que estalló la bomba con la canción más redonda de su último trabajo, Watching the Planets. Imponente, militarizada y cargada de épica colorista. Para cerrar dejaron, como es habitual, Do you realized??, un himno maravilloso dedicado a lo efímero de la existencia humana, entre colores y emoción generalizada. Aunque la sensación final, en realidad, fue la de haber vivido algo eterno e inolvidable.

Javier Mateos.




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