John Grant, Sala Apolo.
Barcelona, 8 de noviembre 2011.
Ayer por la noche, en una tarde más o menos otoñal, la Sala Apolo se vestía de intimidad para recibir a un artista laureado por la prensa internacional durante el pasado curso 2010. John Grant, ex líder de los excepcionales e ignorados The Czars, que acaba en estos días una larga gira mundial -confesaba que ya tenía ganas de volver a su país para estar con su madre y hermano para el Día de Acción de Gracias-, con la que ha estado presentando su primer disco en solitario “Queen Of Denmark” durante los dos últimos años. Un trabajo donde el bueno de John Grant sigue buceando por ese pop de autor tan profundo y espacial.
Antes de su actuación fue precedido por el griego afincado en Barcelona, Evripidis And His Tragedies, muy duro lo de este chico. Su pop de cámara recargado de romanticismo excesivo sacado más de las novelas “Jazmín” que de la lírica mística y saludable de la música en directo, irritó a más de uno, a pesar de sus más que evidentes cualidades al piano. Una vez finalizado el tormento del que presumió en todo su mini show –delirante el final con esa carcajada forzada e incomprensible-, nos preparamos para recibir, todos cómodamente sentados (así da gusto asistir a este tipo de conciertos), a la gran estrella de la noche.
Antes de su actuación fue precedido por el griego afincado en Barcelona, Evripidis And His Tragedies, muy duro lo de este chico. Su pop de cámara recargado de romanticismo excesivo sacado más de las novelas “Jazmín” que de la lírica mística y saludable de la música en directo, irritó a más de uno, a pesar de sus más que evidentes cualidades al piano. Una vez finalizado el tormento del que presumió en todo su mini show –delirante el final con esa carcajada forzada e incomprensible-, nos preparamos para recibir, todos cómodamente sentados (así da gusto asistir a este tipo de conciertos), a la gran estrella de la noche.
A las 21:15 con una puntualidad envidiable, salió John Grant acompañado de su habitual compañero de fatigas Casey Chandler a los teclados varios. Sobre el escenario un largo piano de cola negro, un ordenador portátil y otro teclado rojo. Figura amplia y camisa por fuera, saludó a una sala que tuvo una excelente entrada y comenzó su recital con “You don´t have to”, canción ya conocida por sus fans y que estará incluida en su próximo álbum – que según el mismo explicó ha estado grabando en el sur del Reino Unido y en enero finalizará en su país, EEUU-. Buen tema, pero que guarda demasiada similitud con otro de un compañero de profesión y lugares comunes, Rufus Wainwright, titulado “Vibrate” (hagan la prueba). Continuó con otra canción anticipo de ese trabajo, “Vietnam”, ésta más floja. Una vez sorteado el inicio con esa descongestión personal que supone para todo artista tocar canciones nuevas, más si cabe después de largas giras interpretando el material pasado, arrancó el repaso a “Queen Of Denmark”, con esa recreación sideral y personal que lleva por título “Sigourney Weaver” acompañado, en todo momento, por ese octavo pasajero tocando el teclado Nord.
Un John Grant locuaz y dicharachero, con ese castellano tan bueno aprendido entre fogones mejicanos, agradeció la respuesta del público, explicando como en aquellos años de trabajo aprendió la expresión “muy amable”, y de cómo sus compañeros de trabajo le explicaron que era más divertido decir: “muy mamable”. Bromas a parte, llegó “Where dreams go to die”, abrumadora por su belleza. Caldeado ya el ambiente con esas píldoras contra el desequilibrio emocional, entonó un tema que habla de aquellos años que pasó en Michigan durante su adolescencia. Una alegoría a la pérdida de la inocencia con ese toque suicida y de aislamiento que pone los pelos de punta, “I wanna go to Marz”. Escalofriante y más aún con ese aire que en directo le da el mini teclado que ejecuta místicamente el propio Grant. Después de tanta paz tormentosa, un poco de ironía nunca viene mal: “Chiken Bones” es una simpática canción, con un brillante duelo a los teclados entre John y Casey, que invita a hacer el baile de la gallina (dio la sensación que tímidamente así lo hacía su intérprete).
La siguiente “It´s easier”, despertó el entusiasmo entre las butacas, a pesar de que su temática no es ‘la alegría de la huerta’… Según su propio autor aborda la decisión de romper –quizá precipitada- que hay en las parejas antes de llegar a una hipotética destrucción final. Sonó tan sincera y marciana como su letra. A continuación, “Outer Space”, la que es su particular “Space Oddity”. Como tal se puede considerar una preciosa e intensa balada marciana que nos maravilló a todos los asistentes (la voz de este hombre no es normal).
Tras esta última, la Sala Apolo había pasado de ser un local para conciertos a una gran mesa camilla, con faldillas y brasero. ¡Qué calorcito y qué a gusto se estaba!
Le siguió la también hermosa y fantasmal “TC and Honeybear” que tuvo un parón que desembocó en un chorro de voz atronador. No words.
Ya en la recta final, lo que muchos estábamos esperando, los guiños a su antigua banda; The Czars. “Drug” esa balada psicotrópica tan excelsa, solemne e inigualable hizo que media sala llorase desconsoladamente (congoja generalizada). Este último tramo fue un sin vivir de belleza y sentimientos a flor de piel. Llegados a este punto, muy pocos ya podíamos aguantar las lágrimas… “Queen of Denmark” vino en el mejor (peor) momento –desatascador- para que todos sucumbiésemos en su tristeza y con nuestra alma paralizada, asistimos estupefactos a un lamento tan descarnado como sobrenatural, esa letra e interpretación cargada de reproches será difícilmente superada en mucho tiempo: “Why don't you take it out on somebody else?/ Why don't you tell somebody else that they're selfish?/ Weepy coward and pathetic...”. Puedo jurar que su voz atravesó mi pecho y que aún hoy cuesta recuperarse. Cabía preguntarse: ¿Y después de esto qué? Pues a seguir disfrutando (con sufrimiento). “Fireflies” fue sencillamente –perdonen la expresión-: ¡acojonante!
La puntilla fue dulce, como un caramelo, “Caramel”. El público desbordado, John Grant y su compañero, emocionados, felices y todos contentos. Se retiró a sus aposentos y poco después salió e interpretó dos canciones donde venció la pasión a la jovialidad. El sentido homenaje a su abuela, desaparecida hace un par de años y que confesó ha sido una figura de gran presencia en su vida y en su familia, se llevó el gato al agua. “Little Pink House” canción del último álbum que editaron The Czars, “Goodbye”, fue el mejor homenaje posible a esa persona tan querida. Su grito desgarrado de negación de la realidad: “¡Oh no, no, no…!”, fue una dura despedida que nos dejó en estado de shock a todos los presentes.
John Grant hombre amable, familiar y cálido, nos conquistó e hizo realidad eso de que la intimidad no tiene precio. Sólo puedo decir que aquellos que no pudieron asistir se han perdido algo muy gordo, muy bestia, de verdad, INDESCRIPTIBLE (a pesar de todas estas palabras escritas a lo largo del texto).
Texto y fotos Javier Mateos.
SET LIST:
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