Okkervil River, Teatre Coliseum,
10 de noviembre 2011. Barcelona.
El pasado jueves dentro del 43 Festival Internacional de Jazz de Barcelona, había cita con el rock vitalista y elevador de Okkervil River. La banda de Austin, Texas, presentaba su nuevo disco, “I am ver Far”, enésima muestra de la evolución ascendente de esta gran banda, tras una década de editar auténticas joyas musicales con discos como “The Stand Ins”, “The Stage Names” o “Black Sheep Boy”. Antes de la puesta en escena de los muchachos de Will Sheff, tuvimos la oportunidad de disfrutar del pop de tono grisáceo de los italo-canadienses A Classic Education, que dieron muestras de un repertorio intenso y bien ejecutado, que calentó los motores antes de la aparición de las estrellas de aquella noche de luna llena radiante.
El Teatre Coliseum es un precioso marco azulado para poder disfrutar cómodamente sentado de una velada musical que se presumía "tranquila" y "apacible". En cambio, encontrarse ante ese torbellino salvaje y sureño que es Will Sheff en esa situación, se hace extraño, confunde. Este joven aunque ya veterano músico, compositor, ilustrador y magnífico letrista (novelista diría yo), es una huracán de fuerza arrolladora. Desde su primer rasguido a la guitarra hasta el último de sus aullidos, lo da todo; todo no, más. No recuerdo haber visto a alguien con tamaña dedicación, entrega y pasión sobre un escenario en muchos años. Con una banda de excelentes músicos (ahora que su compañero y amigo, Jonathan Meiburg, se dedica exclusivamente a ese proyecto común y aterciopelado que lleva por nombre Shearwater), escoltado y protegido por las ilustraciones de un par lobos siniestros como fondo escénico y un carisma como el suyo, triunfar es sólo cuestión de esperar un par de segundos.
El concierto arrancó con pasión circense y misteriosa en “Wake and Be Find”, de su último trabajo. Entre saltos y movimientos descabalados, sin pausas ni treguas, continuamos atónitos asistiendo a un comienzo de recital que nos empujaba y mantenía a duras penas en nuestras butacas teatrales. Enlazando con la impactante y rabiosa “For Real”, de aquel maravilloso y oscuro álbum “Black Sheep Boy”, seguimos agarrados a nuestros asientos con cada vez menos fuerza para ello. Los lobos del fondo, cada vez más desafiantes, proyectaban su influjo lunático hacia su creador, que aullaba sin cesar con muchas ganas, jugando en todo momento con los dos micros que tenía ante él. “Rider” llegó entre las primeras gotas de sudor incontrolable por la intensidad de sus movimientos. Ya por ese instante me preguntaba cuando iba a parar este chico, que seguía sin cesar moviéndose por todo el escenario, transmitiendo una felicidad y alegría que ya quisiesen muchos. Su voz poderosa, no titubeaba a pesar del esfuerzo físico que se impone inconscientemente. “Black” es otro trallazo de pop-rock perfecto. Sonó de manera descomunal, ante una audiencia cada vez más contagiada e inquieta. La mini “pausa” llegó con la adictiva “Piratess”, es preciosa composición que les acerca a discotecas de otros tiempos pretéritos, con esa base rítmica excepcional, mención especial al baterista de la banda, un músico asombroso con un sentido del ritmo elogiable y envidiable.
Simpático con la audiencia, la cosa se relajó aparentemente mientras interpretaban “John Ally Smith Sails”, porque cuando desembocó en ese clásico del pop más luminoso jamás grabado “Sloop John B (I Wanna Go Home)”, con unos preciosos coros a cuatro bandas, estoy seguro que la luna otoñal del exterior sonrió sobre la mar, como si de un verano californiano se tratase. Estar sentados era ya casi insostenible. Para poner la guinda al pastel en el momento más emotivo de la noche, “We Need a Myth”, épica y mítica al servicio de los soñadores, ahora que vivimos tiempos donde la pérdida está a la orden del día. “The Valley” le devolvió su carácter más rockero, tanto que incluso en su obsesiva e impulsiva forma de interpretar perdió hasta sus gafas.
Solo en el escenario, demostró sus dotes como cantante, y con su guitarra acústica nos deleitó con “Stone”.
Pero si hubo un momento que realmente traspasaron los corazones de los asistentes, fue sin duda cuando el in crescendo de “Your Past Life as a Blast” derivó en un teatro en pie (ya no aguantábamos más) cuando en su parte final, cargada de hermosura, repetía una y otra vez, mientras golpeaba en su pecho, la frase: “Because no one is going to stop me from loving my brother, not even my brother”. Sublime. Locura colectiva y el “acabose” con la imparable y ardiente “Our life is not a movie or maybe”.
Fue entonces cuando casi saltando a la platea hizo que todos los asistentes enloqueciésemos con la entrada del banjo de “Lost Constantines”, a pesar de que se echa de menos la voz profunda y cincuentera de Jonathan Meiburg. Ahí ya nadie se volvió a sentar, la entrega era total. Will Sheff se había quitado la máscara, era el tercer lobo, un hombre lobo en la noche barcelonesa.
Tras ella los bises, la más tranquila, “A girl in Port”, precedió al zarpazo final con “Unless it´s Kicks”. Descarnada, musculosa e irresistible. Las primeras filas desatadas, y el teatro en llamas. Ni la bala de plata más reluciente hubiese acabado aquella noche con el bueno de Will Sheff. Una velada para subir la moral a la tropa. Fuera lamentos, música vital al servicio y por el bien colectivo.
Okkervil River son ya más que una realidad, están en la división de honor del rock.
Palabras: Javier Mateos.
Capturas: Javier Mateos y Sandra Hormigo.
Capturas: Javier Mateos y Sandra Hormigo.
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