Cluster: Zuckerzeit |
Muchas veces intentamos buscar, rastrear e, incluso, arañar en el presente un futuro que aún desconocemos. En KISTE F.M. siempre mostramos plena disposición por comprender y esforzarnos por encontrar nuevas sonoridades que logren emocionar al oyente. A lo largo de este 2015 y de los últimos años, hemos encontrado parámetros muy gratificantes y que son ajenos a lo que dictan los de 'siempre': músicas a punto de caducar, nuevas esperanzas (casi siempre falsas), discos anodinos y bandas impostoras. Por ahora, parece que la sequía continua y la mayor parte de las publicaciones, salvo algunas y sensacionales obras (que las hay), están carentes de algo tremendamete significativo y grave: de MÚSICA. Hemos entrado en barrena, aburrimiento y festivaleo. Pero siempre queda un pasado mejor: vinilos (ahora gusta decir eso), discos, que hacen sonrojar a la mayor parte de la parroquia que va de 'vanguardista'.
Hubo un tiempo en que la creatividad era como una churrería y sus músicos churreros. En los años 70, podemos casi afirmar, el volumen de obras innovadoras y revolucionarias era tan abrumador que sería muy complicado resaltar unas por encima de otras, como suelen hacer las publicaciones de turno, siempre tirando de comparativas y listas más estancadas que una charca en Montijo en pleno mes de agosto.
Hoy en KISTE F.M. queremos fijarnos en una de esas obras descomunales/visionarias y en ocasiones poco reivindicada: Zuckerzeit de CLUSTER, Brain 1974. Entrar en su análisis es casi una pérdida de tiempo, porque en sus apenas 36 minutos está reflejado el devenir de nuestros tiempos. Aún 31 años después, sus canciones siguen siendo inspiradoras, frescas y, a veces, muy familiares, ya que muchas han sido vilmente plagiadas y/o maquilladas por más de un artista de renombre.
En aquella década, Alemania reescribió la música popular, marcó el tempo. Numerosos artistas que permanecían atascados en su creatividad y no veían la luz, fijaron su mirada en esa generación de músicos fascinantes. Eso les pasó a los británicos (que había vivido muy bien en su cetro), muertos de envidia, ellos reyes de la soberbia, intentaron humillar la sonoridad germana etiquetándola despectivamente como Krautrock (rock de los cabezas cuadradas). Pero hasta su icono, referencia y mayor perla por aquellos años, David Bowie salió disparado para Berlín con el único fin de subirse al carro y salvar su culo (siempre fue un moderno y más artista que músico). De todos es sabido que no lo hizo solo, el cerebro y la mente superlativa de Brian Eno ya sobrevolaba Alemanía por aquel entonces y sabía que allí había un pozo infinito repleto de oro negro sonoro. Él y Robert Fripp le echaron el cable de su vida y sacaron a flote en la mal llamada Triolgía de Berlín. El desembarco musical de las almas más inquietas en la aldea musical de la época, no tuvo contemplaciones y echó sus anclas durante años en las atmósferas teutonas.
Los Cluster de 1974 eran ya únicamente un duo formado por Moebius y Roedelius, Conrad Schnitzler -el otro miembro fundador- se había borrado años antes. Inquietos y perfeccionistas, invitaron a participar en la grabación al por entonces miembro de Neu! (ahí es nada) Michael Rother. El resultado fue y es excepcional. Una obra atemporal cargada de melodías generadas con múltiples aparatos y que siguen provocando admiración 41 años después (se dice pronto). Aquel año estos tres pioneros decidieron dar forma a otro proyecto, la superbanda Harmonia, a la que también se sumó Eno más tarde. El británico estrechó muchos lazos con ellos y terminó sacando otros dos discos sensacionales conjuntamente: Cluster & Eno y After the Heat. En 1985 se editó un resumen de las colaboraciones de aquellos años tan productivos: Begegriungen I-II, donde también estaba inmerso otra pieza clave en el engranaje musical germano: Konrad Plank, el Phil Spector del Krautrock. Pero eso es ya otra historia.
Javier Mateos
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